Noche
A Laura Mulhingan, por las noches de palabras compartidas y por la amistad.
Quizá lo mejor sea escribir. Claro, que en realidad debería estar durmiendo, pero...
Entonces: lámpara (encendida), papel, bolígrafo... ¿y?
Y, en la ventana, la noche oscura...
Entonces: lámpara, papel, bolígrafo, noche oscura, gato...
Miro por la ventana y hay un gato paseando por la calle. Es un gato negro y sus ojos brillan.
(En realidad la ventana da a un patio interior y no hay ningún gato. Pero necesitaba al gato y necesitaba la calle necesitaba la calle para el gato, que no hubiera querido estar encerrado en un patio, pobre. Me los inventé, estoy en mi derecho.)
¿Y? Y el silencio enorme, que incluye los pequeños ruidos de la noche.
¿Y? Y en el cielo la luna.
Y la luna lo ve todo.
Entonces: lámpara, silencio, papel, noche oscura, bolígrafo, luna, el gato aunque no exista... ¿y?
Y yo, claro, el que no puede dormir y junta palabras. Y lo que no me deja dormir: un terror indefinido que acecha en la sombra. Y la sombra, que no puede dormir y junta palabras.
¿Algo más?
Claro: todo aquello que corresponde a la noche que escribo y que no coincide con la noche que está más allá de la ventana....
La noche luminosa, soleada... ¿por qué no?
Qué torpe. Pero qué torpe... tan tranquilas estaban las palabras durmiendo en el diccionario y yo tenía que invocarlas... un desastre: soleada ha despertado con sus rayos a sonora, que se ha puesto a hacer ruido y el ruido ha despertado a la rumba que se ha puesto a bailar... y luminosa ha despertado a lujuria, que enseguida ha ido a despertar a su amante... y enseguida con sus prisas... y amante con sus ansias... y... ¡en fin, todo el diccionario despierto!
La noche se ha llenado de palabras bulliciosas, el gato ficticio huye despavorido, y ya seguro que no podré dormir.
Quizá no fue buena idea escribir. En fin, ya no hay remedio, y ahora que sé que no voy a conciliar el sueño, lo mejor que puedo hacer es llenar aún más la noche de palabras, de algarabía, convertirla en noche clara, noche diurna, poblar la unanimidad silenciosa de discrepancias chillonas, bajar la luna del cielo para que el gato juegue con ella (el gato ha huido, pero da igual, me invento otro)...
El gato y la luna
Es una noche luminosa, soleada de sol reflejado y de soles lejanos las estrellas.
Todo está bien bajo el cielo, piensa el gato, y entonces dirige su mirada a la luna.
La luna observa al gato. Todo está bien en la tierra, piensa, pero ese gato qué quiere.
Cuando la curiosidad puede más que la pereza, el gato da un salto. Cae en la superficie blanca con suavidad felina. Recorre la luna. Olisquea los cráteres. Busca por todas partes, y sólo encuentra una bandera que alguien se ha dejado. Pensando que es una cortina, cumple su deber de gato: la hace pedazos.
Lo malo de este lugar, piensa, es que no hay ratones. No hay pájaros. No hay nada que se pueda comer. Sólo una cortina, polvo y roca, piensa.
Tiene hambre. Quiere bajar a la tierra pero no se atreve. Está tan alto. La luna es una trampa, piensa.
Lo siento por el gato, piensa la luna, pero no le dije que subiera.
Un astrónomo ve al gato con su telescopio. Le da pena y se pone en contacto con la NASA:
- ¡Hay que mandar una misión tripulada a la luna! ¡Hay que salvar al gato!
- Ya le vimos, - responden, - pero no haremos nada para ayudar a ese gato insolente que no respeta los símbolos de la patria.
El gato se muere de hambre en la luna.
La curiosidad mató al gato.
Acerca de los gatos
En el antiguo Egipto, los gatos eran símbolo de sabiduría. Probablemente, los gatos de aquella época sabían lo mismo que los de hoy en día. Es decir: nada. Es decir: sabían todo lo que necesitaban saber.
Las personas siempre hemos anhelado esa clase de sabiduría.
El asesino
La ciudad está dormida y oscura. La luna dibuja fantasmas.
El asesino recorre las calles. Sabe dónde encontrarme.
El parque está desierto a estas horas. El asesino bordea la alta verja de hierro. Llega a la puerta y entra en el recinto. Camina sigiloso por el sendero, evitando la luz de la luna. Penetra en la oscura maleza.
En el lugar previsto, divisa a su víctima. En la oscuridad, una sombra más oscura: un hombre. Está esperando a alguien, las manos en los bolsillos de la gabardina.
El asesino avanza, con el puñal en la mano. El otro le mira. Dos pasos más y ya están lo bastante cerca. Un brazo se estira, el acero penetra en la carne. Un hombre cae al suelo con el cuello ensangrentado.
El asesino contempla a la víctima. Ve un objeto que brilla letal en la mano derecha. El asesino reconoce el puñal del otro y se estremece. Guarda el propio en el bolsillo de la gabardina. Se aleja del lugar del crimen.
Ya camina por las calles, mira a un lado, a otro, quiere mirar en todas las direcciones a la vez. Cree ver en cada rincón la silueta de un hombre que acecha.
Soy el asesino. Soy yo quien yace en el parque. Soy las formas oscuras que simulan figuras humanas.
Crueldad
El gato clava sus uñas en el ratón indefenso. Con un movimiento rápido y hábil, le lanza hacia arriba; según cae, le intercepta con un zarpazo, impulsándole de nuevo hacia arriba; según cae, le golpea hacia abajo con la garra y le aplasta contra el suelo. El ratón aún se queja, con las tripas al aire.
El proceso se repetirá hasta que deje de ser divertido.
Cerca de allí, un hombre cae, herido de muerte en el cuello.
No muy lejos, A dice a B las palabras exactas que acabarán hundiendo a C tras una compleja serie de causas y efectos fríamente calculada, y apura su copa de coñac. Un hombre mira el cielo al otro lado de los barrotes de su celda y desea morir; los buenos ciudadanos duermen tranquilos. X dice a Y: te quiero. Y, fatalmente, cree a X.
La luna, diosa fría y distante, observa estas cosas y las otras cosas que pasan. Hace su secreto resumen.
Amanece
El gato no lo recuerda, pero soñó que subía a la bola blanca. Cuando despertó, hizo una cacería en el parque, su territorio. Ahora, satisfecho, descansa. Se relame. Se acicala. Una ráfaga de viento le trae un olor nuevo. Siente curiosidad y sigue el rastro.
No tarda mucho en descubrir el cadáver. Lo examina. Olisquea aquí y allá. Mira la garganta rota. Decide que no es una amenaza ni sirve para comer.
Reanuda la tarea que había interrumpido. Un gato nunca descuida su limpieza por mucho tiempo. Se lame las garras y las pasa por las partes de su cuerpo que no puede alcanzar directamente con la lengua: las orejas, la cabeza, el cuello. Va lamiendo, sin prisas, las patas traseras, el vientre...
Mientras tanto, ha comenzado a amanecer. El cadáver, fantasma de la noche, lentamente se desvanece según va aumentando la claridad. El gato observa este proceso un instante, y luego continúa su tarea. No comprende lo que ha visto, pero no se inmuta. Es fácil asustar a un gato; muy difícil hacer que se asombre.
Javi (2004)
Quizá lo mejor sea escribir. Claro, que en realidad debería estar durmiendo, pero...
Entonces: lámpara (encendida), papel, bolígrafo... ¿y?
Y, en la ventana, la noche oscura...
Entonces: lámpara, papel, bolígrafo, noche oscura, gato...
Miro por la ventana y hay un gato paseando por la calle. Es un gato negro y sus ojos brillan.
(En realidad la ventana da a un patio interior y no hay ningún gato. Pero necesitaba al gato y necesitaba la calle necesitaba la calle para el gato, que no hubiera querido estar encerrado en un patio, pobre. Me los inventé, estoy en mi derecho.)
¿Y? Y el silencio enorme, que incluye los pequeños ruidos de la noche.
¿Y? Y en el cielo la luna.
Y la luna lo ve todo.
Entonces: lámpara, silencio, papel, noche oscura, bolígrafo, luna, el gato aunque no exista... ¿y?
Y yo, claro, el que no puede dormir y junta palabras. Y lo que no me deja dormir: un terror indefinido que acecha en la sombra. Y la sombra, que no puede dormir y junta palabras.
¿Algo más?
Claro: todo aquello que corresponde a la noche que escribo y que no coincide con la noche que está más allá de la ventana....
La noche luminosa, soleada... ¿por qué no?
Qué torpe. Pero qué torpe... tan tranquilas estaban las palabras durmiendo en el diccionario y yo tenía que invocarlas... un desastre: soleada ha despertado con sus rayos a sonora, que se ha puesto a hacer ruido y el ruido ha despertado a la rumba que se ha puesto a bailar... y luminosa ha despertado a lujuria, que enseguida ha ido a despertar a su amante... y enseguida con sus prisas... y amante con sus ansias... y... ¡en fin, todo el diccionario despierto!
La noche se ha llenado de palabras bulliciosas, el gato ficticio huye despavorido, y ya seguro que no podré dormir.
Quizá no fue buena idea escribir. En fin, ya no hay remedio, y ahora que sé que no voy a conciliar el sueño, lo mejor que puedo hacer es llenar aún más la noche de palabras, de algarabía, convertirla en noche clara, noche diurna, poblar la unanimidad silenciosa de discrepancias chillonas, bajar la luna del cielo para que el gato juegue con ella (el gato ha huido, pero da igual, me invento otro)...
El gato y la luna
Es una noche luminosa, soleada de sol reflejado y de soles lejanos las estrellas.
Todo está bien bajo el cielo, piensa el gato, y entonces dirige su mirada a la luna.
La luna observa al gato. Todo está bien en la tierra, piensa, pero ese gato qué quiere.
Cuando la curiosidad puede más que la pereza, el gato da un salto. Cae en la superficie blanca con suavidad felina. Recorre la luna. Olisquea los cráteres. Busca por todas partes, y sólo encuentra una bandera que alguien se ha dejado. Pensando que es una cortina, cumple su deber de gato: la hace pedazos.
Lo malo de este lugar, piensa, es que no hay ratones. No hay pájaros. No hay nada que se pueda comer. Sólo una cortina, polvo y roca, piensa.
Tiene hambre. Quiere bajar a la tierra pero no se atreve. Está tan alto. La luna es una trampa, piensa.
Lo siento por el gato, piensa la luna, pero no le dije que subiera.
Un astrónomo ve al gato con su telescopio. Le da pena y se pone en contacto con la NASA:
- ¡Hay que mandar una misión tripulada a la luna! ¡Hay que salvar al gato!
- Ya le vimos, - responden, - pero no haremos nada para ayudar a ese gato insolente que no respeta los símbolos de la patria.
El gato se muere de hambre en la luna.
La curiosidad mató al gato.
Acerca de los gatos
En el antiguo Egipto, los gatos eran símbolo de sabiduría. Probablemente, los gatos de aquella época sabían lo mismo que los de hoy en día. Es decir: nada. Es decir: sabían todo lo que necesitaban saber.
Las personas siempre hemos anhelado esa clase de sabiduría.
El asesino
La ciudad está dormida y oscura. La luna dibuja fantasmas.
El asesino recorre las calles. Sabe dónde encontrarme.
El parque está desierto a estas horas. El asesino bordea la alta verja de hierro. Llega a la puerta y entra en el recinto. Camina sigiloso por el sendero, evitando la luz de la luna. Penetra en la oscura maleza.
En el lugar previsto, divisa a su víctima. En la oscuridad, una sombra más oscura: un hombre. Está esperando a alguien, las manos en los bolsillos de la gabardina.
El asesino avanza, con el puñal en la mano. El otro le mira. Dos pasos más y ya están lo bastante cerca. Un brazo se estira, el acero penetra en la carne. Un hombre cae al suelo con el cuello ensangrentado.
El asesino contempla a la víctima. Ve un objeto que brilla letal en la mano derecha. El asesino reconoce el puñal del otro y se estremece. Guarda el propio en el bolsillo de la gabardina. Se aleja del lugar del crimen.
Ya camina por las calles, mira a un lado, a otro, quiere mirar en todas las direcciones a la vez. Cree ver en cada rincón la silueta de un hombre que acecha.
Soy el asesino. Soy yo quien yace en el parque. Soy las formas oscuras que simulan figuras humanas.
Crueldad
El gato clava sus uñas en el ratón indefenso. Con un movimiento rápido y hábil, le lanza hacia arriba; según cae, le intercepta con un zarpazo, impulsándole de nuevo hacia arriba; según cae, le golpea hacia abajo con la garra y le aplasta contra el suelo. El ratón aún se queja, con las tripas al aire.
El proceso se repetirá hasta que deje de ser divertido.
Cerca de allí, un hombre cae, herido de muerte en el cuello.
No muy lejos, A dice a B las palabras exactas que acabarán hundiendo a C tras una compleja serie de causas y efectos fríamente calculada, y apura su copa de coñac. Un hombre mira el cielo al otro lado de los barrotes de su celda y desea morir; los buenos ciudadanos duermen tranquilos. X dice a Y: te quiero. Y, fatalmente, cree a X.
La luna, diosa fría y distante, observa estas cosas y las otras cosas que pasan. Hace su secreto resumen.
Amanece
El gato no lo recuerda, pero soñó que subía a la bola blanca. Cuando despertó, hizo una cacería en el parque, su territorio. Ahora, satisfecho, descansa. Se relame. Se acicala. Una ráfaga de viento le trae un olor nuevo. Siente curiosidad y sigue el rastro.
No tarda mucho en descubrir el cadáver. Lo examina. Olisquea aquí y allá. Mira la garganta rota. Decide que no es una amenaza ni sirve para comer.
Reanuda la tarea que había interrumpido. Un gato nunca descuida su limpieza por mucho tiempo. Se lame las garras y las pasa por las partes de su cuerpo que no puede alcanzar directamente con la lengua: las orejas, la cabeza, el cuello. Va lamiendo, sin prisas, las patas traseras, el vientre...
Mientras tanto, ha comenzado a amanecer. El cadáver, fantasma de la noche, lentamente se desvanece según va aumentando la claridad. El gato observa este proceso un instante, y luego continúa su tarea. No comprende lo que ha visto, pero no se inmuta. Es fácil asustar a un gato; muy difícil hacer que se asombre.
Javi (2004)
2 comentarios
Pakito agradecido -
Gracias
tequila -
Escribes con una brocha que va soltando palabras que juntas hacen una maraña de historias tan conexas como inconexas.
Juegas a la paradoja, al qué más da", pero te importan mucho tu gato en tu luna, tu asesino.
Quieres tratarlos desde la distancia, pero estás muy involucrado en lo que escribes.
Es un comentario chorra, lo sé, pero es un texto cuya estructura... no, cuyo desorden me ha fascinado, aunque suene yo hipèrbólica.
Y hay mucha estética, o como dicen ahora, "magia".
En fin, me ha gustado ese asalto nocturno al diccionario.
Saludos:
Tequila.
Me gusta tu estilo,